BRECHA DIGITAL: ¿NUEVAS TECNOLOGÍAS O NUEVOS USUARIOS? Trabajo presentado por: Ps. Norma Toucedo Presidenta Fundación Braille del uruguay Coordinadora Comisión de acceso a la Información y la Cultura Unión Latinoamericana de ciegos Congreso SIDAR/IBERDISCAP 2001 Mar del Plata, 25 a 27 de octubre de 2001 A lo largo y ancho del mundo se suceden los debates a propósito de la globalización y de las ventajas y defectos de la era de la información que, nos guste o no, nos ha tocado vivir. Pero aun para juzgar, aceptar o rechazar tendencias que se han vuelto centrales en nuestra época, hace falta dejar de ser espectadores para empezar a participar activamente de ellas. Parece redundante a estas alturas, hablar del indudable impacto que las modernas tecnologías han tenido en todos y cada uno de los habitantes de nuestra época. Pero es igualmente cierto que el término "impacto" se nos revela como el inevitable choque con una situación real que se nos impone, que dejará huellas, que nos hará mirar en su dirección, querámoslo o no. Este término no tiene un carácter valorativo y es así que el resultado de los cambios que se nos imponen pueden ser vividos como positivos o negativos, de acuerdo con unas cuantas variables que aquí vamos a intentar exponer y compartir con ustedes. Desde los tiempos más remotos, el ser humano ha utilizado el azar y su ingenio para descubrir o crear herramientas de todo tipo, las cuales siempre han tenido el mismo objetivo: alivianar los trabajos más duros, evitar riesgos, aumentar el tiempo libre y, en definitiva, mejorar su relación con el entorno y, por lo tanto, su calidad de vida. Si lo pensamos un poco, éstos son también los propósitos para que nos ayudan o debieran ayudarnos las más modernas invenciones del siglo XXI... Pero claro, si un pueblo de la antigüedad tenía armas de hierro y había aprendido a domesticar caballos y entraba en guerra con otro que sabía construir muy bien sus lanzas de piedra, el resultado era bastante previsible. De modo que la apropiación de la tecnología más moderna y eficiente fue desde siempre una muy lógica ambición y una necesidad a menudo vital para el hombre. Tan lógica y tan vital como lo es ahora para todos nosotros, sólo que la tan mentada globalización no ha terminado ni mucho menos, con las guerras que, con armas o sin ellas, determinan de qué lado nos encontramos. Por el contrario, a menudo se podría creer que esta palabra tiende a designar la perpetuación de eternas y cada vez más profundas y rígidas desigualdades en el acceso a los recursos disponibles. Es así que si uno vive en el Tercer Mundo, seguramente gozará de muchísimos menos soportes sociales y por lo tanto materiales que le aseguren un bienestar y una seguridad mínimos. Y si encima de esto uno tiene una discapacidad -visual en lo que concierne a este trabajo-, entonces puede suceder que los efectos de la discriminación y el desconocimiento no se sumen sino que se multipliquen, para generar situaciones muchas veces dramáticas de pobreza y analfabetismo, funcional o incluso real, nada infrecuente en tantos países de Asia y Africa... Nadie puede discutir las ventajas del avance en las comunicaciones, de la informática, de la tecnología en general; pero debido a una de esas supuestas paradojas generadas por la realidad social, aquello que está destinado a mejorar nuestra calidad de vida, puede acabar por transformarse en la ilusión inalcanzable de las mayorías, y aquello que está destinado a proporcionar bienestar general, termina por producir brechas que no cesan de crecer, al mismo vertiginoso ritmo de los cambios, entre privilegiados y marginados. En este contexto, ¿qué papel nos cabe desempeñar a los usuarios, actuales o potenciales, de todos los recursos disponibles para el acceso a la información, en cualquiera de sus presentaciones? Muchas veces nos quedamos con la boca abierta del asombro maravillado, o de la queja, sin darnos cuenta de que la queja puede transformarse en ayuda mutua, en expresión realista pero contundente de nuestras necesidades, posibilidades y deseos. Cuando nos toca estar del lado en el que estamos, a veces aparece a primera vista únicamente la opción de desear pasivamente, esperar a recibir, pedir afanosa y demasiadas veces desordenadamente; pero por fortuna, muchos ejemplos a nuestro alrededor vienen mostrándonos otro camino. Es nuestro deber redirigir la cooperación internacional, de cuya necesidad por supuesto no hacemos cuestión: no podemos apuntar a la distribución más o menos azarosa de equipos, si no conseguimos o aportamos el invalorable componente de la capacitación para utilizarlos. No podemos tampoco permitirnos estar tan desinformados de lo que pasa a nuestro alrededor o, lo que es peor, en aras a feudos o méritos personales, malutilizar los siempre escasos recursos disponibles y así duplicar esfuerzos y productos. Ya se sabe que siempre es difícil seguirle el ritmo a los cambios: porque los dicta el marketing y eso tiene muy poco que ver con una minoría en malas condiciones de consumir, y porque nuestros recursos materiales son siempre escasos para cubrir tantas demandas. Pero si a eso agregamos iniciativas aisladas y voluntaristas, entonces les aseguro que resulta muy decepcionante comprobar qué se podría obtener: desaprovechamiento de buenos recursos técnicos y materiales, e ineficiencia del esfuerzo realizado. Un lujo que, desde luego, las personas ciegas latinoamericanas no estamos en condiciones de permitir ni permitirnos. No faltan tampoco, lamentablemente, ejemplos de poca confianza en quienes nos rodean y, por ende, en nosotros mismos: de tanto en tanto, una persona común o, lo que es peor, el dirigente de una organización, escribe a algún colega europeo o norteamericano, para solicitar desesperadamente lo que ya existe a 50 kilómetros de su casa; él o ella creen, sin duda de buena fe, que nada bueno puede estar tan cerca, tan al alcance de la mano, o haber sido hecho o conseguido por un connacional. Necesitamos apostar al conocimiento específico por sobre el voluntarismo, a la coordinación de esfuerzos y oportunidades antes que a la duplicación, a la difusión de lo que ya se ha hecho en lugar de cavar arduamente túneles para llegar y plantar una bandera en el mismo lugar ya explorado hace años... Creo que la desinformación y la desesperanza, el legítimo deseo de mejorar y el a veces muy justificado enojo, nos han hecho olvidar que precisamente las pocas cosas que tenemos, nos han proporcionado, a fuerza de buscarnos mecanismos de supervivencia, un plus de imaginación, creatividad y perseverancia que casi nunca llegamos a aquilatar lo suficiente. Aclaro, por si hiciera falta, que no estoy haciendo una apología de la pobreza o desconociendo las situaciones de desventaja que la realidad actual y la macroeconomía global nos imponen. Lo que sí creo es que necesitamos concientizarnos del importante papel que nos cabe desempeñar como usuarios o consumidores informados y activos, tengamos o no una discapacidad. Hace ya más de cinco años, en algún lugar virtual entre Suecia y Japón, nació una idea: transformar los viejos libros hablados -grabados en casetes de 2 o 4 pistas- en otros tan similares como fuera posible a los que tienen las personas que ven. serían libros digitales, que pudieran albergar entre 30 y 40 casetes, con posibilidades de búsqueda avanzada, de insertar marcas... Se comenzaron a desarrollar los programas de grabación y reproducción para pc y, al mismo tiempo, dispositivos especialmente diseñados para que, aun quienes en aquel entonces no tuvieran acceso a la informática, pudieran disfrutar de esta nueva generación de libros hablados. Entonces se convocó a muchas personas para realizar una prueba de campo de estos primeros prototipos... Y la novedad fue que se tomó en cuenta a quienes vivimos en países en desarrollo, para realizar el ensayo, para hacer críticas y sugerencias, para hablarle a las empresas involucradas en un lenguaje que entienden y convencerlas de que había un mercado de muchas personas interesadas y ansiosas por crecer. El proceso del llamado Consorcio DAISY sigue su camino y los cambios, muchos y rápidos, no parecen dar tregua para detenerse en algún punto y standardizar. Y, claro está, esto afecta las posibilidades de quienes dependen de pocos recursos económicos casi siempre ajenos. Con todo, todavía hay quienes en ese Proyecto siguen esforzándose muy seriamente en crear productos accesibles para todos. Mientras tanto, el "boom" de los libros electrónicos llega a todos, independientemente de que tengan o no desventajas para acceder a la letra impresa. En otro lugar virtual, más cerca de donde ahora estamos, nace otra idea: compartir los recursos técnicos y humanos que se desee aportar, generar una biblioteca universal -por qué no- construida por todos. Más libros digitales. Otros libros digitalizados. Más información puesta al servicio de más gente... Al parecer, es posible transformar el abismo en un puente, la aparente imposibilidad en un reto, el reclamo en trabajo conjunto, no siempre fácil pero sí muy gratificante y eficaz. Nos hace falta adquirir confianza en nuestra propia interacción; necesitamos más que nunca, creer -porque es cierto- que es posible convertir la relación asimétrica a la que nos hemos ido acostumbrando, en otra de reciprocidad y encarar, con todas aquellas personas de cualquier país que lo deseen, un trabajo igualmente fructífero para todos. De verdad creo que es éste, el desafío que tenemos por delante.- (Montevideo, octubre de 2001)